domingo, 25 de enero de 2009

Tierra Común: Poesía de Venezuela y Colombia

¿Qué tipo de texto pudiera preceder a un manojo de poemas de Colombia y Venezuela? Nos toca decir algo, comentar someramente el hecho de que veinte poetisas y poetas estén juntos aquí en este libro. Veinte poetisas y poetas de una tierra común disponen sus voces para el encuentro, Venezuela y Colombia sin fronteras construyendo un espacio de vida, una tierra común. Las fronteras las dibujan los hombres y mujeres en los avatares de la historia, esa misma historia une y desune, traza y borra espacios de entendimiento, vincula y nos esconde de los otros.

La larga tradición de frases que han quedado por allí en las bocas para decir que Colombia y Venezuela son países hermanos, conforman un extenso museo de conveniencia, hipocresías y lugares comunes. Esas frases resuenan a lo lejos en las memorias escolares, en las clases de historia, en algunos libros que nos miran de reojo. Pero en las raíces profundas de los pueblos habita el tesoro intocado, el gesto original, la palabra pura. Hay que acuñar nuevas frases, hay que desmontar esa historia mal contada, esos asesinatos contados en tiempo de epopeya, esos triunfos del pueblo contados en tiempo de funeral.

Hemos triunfado. El hecho de volvernos a encontrar nos lo dice claramente. La palabra junto al gesto está acuñando otros referentes. Estamos avanzando en los pasos de ser una nueva humanidad, un nuevo pueblo se alza victorioso del sopor almidonado de los claustros, y los eternos fastidios que producen las celebraciones patrias cuando son de mentira, dan paso a los nuevos rituales, menos pomposos, pero muchísimos más honestos. De todas partes las frutas enrojecen y su olor a maduro hace el efecto sutil de atraer nuestra mirada. Esa fruta nombrada en cada lengua nuestra se hace visible en el vínculo, en el encuentro humano que hacemos a punta de voluntad y que trascenderá mil veces los convenios industriales y los gasoductos y las exenciones aduaneras.

Este libro surgió de un viaje a Bogotá. Qué más se puede hacer cuando descubres al hermano, sino pedirle su voz para aunarla a la tuya. Allí en su propia calle, en su comida, en sus marchas, en sus rituales cotidianos de ciudad vimos el canto, la frase, los giros empapados en la vida. Fuimos descubriendo otras estatuas, fuimos comiendo lo que se come en una mesa a dos mil seiscientos kilómetros sobre el nivel del mar. Y fuimos descubriendo también los pasos del dolor y de la lucha que las pintas en la calle dibujan sin error.

No perderemos estas líneas en análisis literarios ni estilísticos, ni tampoco en demostrar las influencias o las escuelas o las corrientes literarias que bañan a aquel o a esta poetisa, no. Preferimos dejarlo a los lectores, allí están las piezas del juguete. Ganaremos estas líneas, si, para decir que más importante que cada voz, son todas las voces y que por algún lado se sienten las luchas, las tragedias históricas, el petróleo, el café el aguardiente, el oro, los barrios caraqueños, los barrios bogotanos, la chicha, el guaire, el masato, los sueños de justicia y esas cosas que lo componen a uno. Hay un solo estilo en todos estos textos, el estilo de la hermandad.

Todos los poetas y poetisas que se han encontrado en esta pequeña casa de hojas, merodean los colectivos La Mancha (Venezuela), Senderos Literarios (Venezuela), Escafandra, Esperanza y Arena. (Colombia) Y algunas revistas literarias que han servido de refugio a los sueños como, Somos – Libertad bajo palabra. La gran mayoría de estos poetas y poetisas son jóvenes, nacieron en la década de los setenta y ochenta, algunos nacieron antes, lo que no los hace menos jóvenes sino más vividos. Destaca a simple vista la gran cantidad de procedencias, algunos han surgido de espacios académicos, otros vienen de la comunicación alternativa, otros de la ciencia, otros vienen de la pintura y la plástica, de la educación popular, de experiencias editoriales, de la lucha política directa, de las organizaciones de trabajo social, del teatro, de la radio.

Y es que la poesía de nuestros pueblos viene de todas partes, está en todos los actos, en todos los gestos, en el grito, en la consigna, en el consejo, en el pésame, en el chiste, en el modo de saludarnos, en la manera de asimilar las derrotas y celebrar los triunfos. En esta pequeñísima muestra de palabras vemos la esencia venezolana, la esencia colombiana buscando su espacio en el mundo y al mundo jugando en los jardines y las sensibilidades de Venezuela y Colombia. De este intercambio surgen los cantos de este libro.

Qué pudiéramos decir ante la poesía, qué adjetivo falta por colocar por allí para que justifique algo. La poesía ya está justificada. Así que para justificar estos cantos están los cantos mismos y la satisfacción de habernos comunicado y encontrado con un pequeño aporte de la tecnología para ir armando este libro sencillo. Para leer los libros que siempre hemos soñado, es necesario que los editemos nosotros mismos, para combatir los modos de producción que han transformado al libro y a la palabra en objetos mercantiles, es necesario que nosotros mismos en un acto de imaginación busquemos otras maneras de asociarnos, otras maneras de producir y de propagar nuestras ideas. Esta militancia construirá las herramientas justas para liberar la palabra, el libro, las ideas.

Desde la humildad levantamos esta bandera, saludamos los cantos de ambas tierras que son una, invocamos a la historia común y a todos los recuerdos. Este libro servirá de testigo ante lo que acontezca y servirá de pequeña guía de lo posible.

Equipo La Mancha

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